Durante años he acompañado a personas realmente talentosas, creativas y comprometidas que, aun con múltiples logros a cuestas, viven con una sensación persistente de no ser lo suficientemente buenas. A esta experiencia la conocemos como síndrome del impostor, y aunque no es un diagnóstico clínico en sí mismo, sus efectos emocionales pueden ser muy reales y limitantes.
Yo misma he sentido en ciertas etapas de mi vida ese miedo a ser «descubierta», como si todo lo que he construido no fuese fruto de mi preparación y experiencia, sino de la casualidad o la suerte. Por eso quiero hablarte hoy de este fenómeno, porque sé lo silencioso y desgastante que puede ser. Y también sé que es posible superarlo.
¿Qué es el síndrome del impostor?
El síndrome del impostor es una experiencia interna que lleva a una persona a dudar de sus logros, sintiéndose como un fraude a pesar de tener evidencia objetiva de su capacidad. Es decir, puedes haber alcanzado metas importantes, haber sido reconocida por tu trabajo o tus estudios, y aún así sentir que no lo mereces.
Este síndrome afecta tanto a hombres como a mujeres, aunque las mujeres —sobre todo en contextos de alta exigencia profesional o académica— suelen expresarlo más fácilmente. Puede aparecer en cualquier etapa de la vida, pero suele ser más frecuente al enfrentar desafíos nuevos o salir de la zona de confort.
Algunos pensamientos típicos del síndrome del impostor son:
- “Lo logré porque tuve suerte”.
- “En cualquier momento se darán cuenta de que no sé lo que hago”.
- “No soy tan buena como los demás creen”.
¿Cómo saber si tengo el síndrome del impostor?
El síndrome del impostor no siempre se nota desde fuera. Muchas personas que lo viven pueden parecer seguras, exitosas y competentes para los demás. Pero internamente, el diálogo que mantienen consigo mismas está cargado de dudas, miedo, vergüenza y una necesidad constante de validación. Este desajuste entre la imagen externa y la vivencia interna genera un gran sufrimiento emocional. A continuación, te comparto algunas de las formas más comunes en que se manifiesta en la vida cotidiana:
Autocrítica constante
Nada de lo que haces parece estar “lo suficientemente bien”. Aunque recibas elogios o reconocimientos, hay una voz interna que insiste en que podrías haberlo hecho mejor. Esta autocrítica no busca mejorar desde el aprendizaje, sino que desvaloriza lo que haces, generando culpa y malestar.
“Sí, me fue bien… pero fue pura suerte. Además, me equivoqué en una parte, eso lo arruinó todo”.
Esta forma de pensamiento erosiona lentamente la confianza y dificulta el disfrute de los logros.
Miedo a fallar (y a ser vista/o)
Muchas personas que experimentan este síndrome evitan tomar nuevos desafíos, ascensos laborales, o incluso visibilidad pública. Temen que, al exponerse, los demás descubran “la verdad”: que no son tan capaces como aparentan.
Este miedo puede llevar a una autoexclusión crónica, a renunciar a oportunidades importantes y a vivir en un estado constante de alerta frente a la posibilidad de cometer errores.
“Me ofrecieron dar una charla, pero no soy la persona adecuada… seguro hay alguien más preparado”.
Perfeccionismo paralizante
El perfeccionismo suele confundirse con el deseo de hacer bien las cosas, pero en el síndrome del impostor se convierte en una trampa. Se establecen estándares tan altos, tan irreales, que ni siquiera cumplirlos produce satisfacción.
Incluso después de entregar un trabajo impecable, la sensación de “no fue suficiente” persiste. Esto puede generar agotamiento, frustración y sensación de fracaso constante, aun en medio del éxito.
“El informe está bien, pero me demoré demasiado. No creo que me lo vuelvan a pedir”.
Desvalorización del propio esfuerzo
Las personas que viven con este síndrome tienden a restarle mérito a su trabajo. Piensan que cualquier otra persona habría hecho lo mismo, o mejor. No logran reconocer el valor de su camino, su perseverancia o su preparación.
Esto alimenta la sensación de ser un fraude, como si los logros fueran un accidente o una ilusión que pronto se desmoronará.
“Tuve suerte de que el jefe no notara mis errores… no fue por talento”.
Ansiedad, bloqueo o parálisis
La anticipación de ser “descubierta/o” puede generar un nivel de ansiedad tan alto que se manifiesta en bloqueos, insomnio, problemas digestivos o dificultad para concentrarse. Algunas personas procrastinan, otras se sobrecargan de tareas para compensar esa inseguridad interna.
Tomar decisiones, hablar en público, entregar un proyecto o incluso revisar correos puede convertirse en una experiencia estresante y desgastante.
“Me demoré horas en enviar ese mail porque le daba mil vueltas. Sentía que todo lo que decía estaba mal redactado”.
Efectos acumulativos: cuando la mente se agota
A la larga, este patrón sostenido puede llevar a un desgaste emocional profundo. El sistema nervioso vive en modo de alerta, el cuerpo acumula tensión, y la autoestima se va debilitando día a día. Es frecuente que quienes conviven con este síndrome desarrollen síntomas de:
- Ansiedad generalizada o ataques de pánico.
- Insomnio o fatiga crónica.
- Trastornos depresivos.
- Desconexión emocional y sensación de vacío.
- Relación conflictiva con el descanso o el disfrute (“no me lo merezco”).
Es importante entender que estos síntomas no aparecen porque la persona sea débil, sino porque lleva demasiado tiempo sosteniéndose sola, exigiéndose sin descanso, y dudando de su propio valor. Por eso, pedir ayuda no es un signo de fragilidad, sino un acto profundo de valentía y autocuidado.
¿Por qué sentimos que no somos suficientes?
No hay una sola causa para el síndrome del impostor, pero sí hay ciertos factores que pueden predisponernos:
-
Contextos familiares exigentes: Haber crecido con la idea de que el amor está condicionado al éxito puede generar una necesidad constante de demostrar valor. Muchas veces, estas dinámicas se repiten inconscientemente y es necesario abordarlas desde una mirada más profunda, como la que ofrecen las constelaciones familiares.
-
Comparación constante: Vivir comparándonos con los demás, especialmente en redes sociales, refuerza la idea de que “no estamos a la altura”.
-
Entornos competitivos o de alto rendimiento: Universidades, trabajos exigentes o profesiones de gran exposición pública tienden a reforzar estos patrones.
-
Identidades subrepresentadas: Las mujeres, personas migrantes o miembros de minorías suelen experimentar más este síndrome en contextos donde su presencia es minoritaria.
Reconocer de dónde vienen estas sensaciones no resuelve el problema de inmediato, pero sí permite empezar a mirar con más compasión lo que vivimos. Y ese es el primer paso para sanar.
Cómo superar el síndrome del impostor
Superar el síndrome del impostor no es cuestión de repetir afirmaciones positivas frente al espejo (aunque puedan ayudar), sino de iniciar un proceso profundo de autoconocimiento y reconexión con nuestra historia personal.
Desde la terapia, trabajamos con distintas herramientas para ello:
- Identificar los pensamientos automáticos: Estos mensajes internos de autocrítica y miedo deben ser detectados para poder ser cuestionados y transformados.
- Reconocer los logros desde un lugar real: No se trata de inflar el ego, sino de ver con objetividad todo lo que sí hemos construido, enfrentado y logrado.
- Trabajar el vínculo con la exigencia y el perfeccionismo: Aprender a poner límites internos y aceptar la humanidad de nuestros errores.
- Explorar la historia familiar: Muchas veces, estas sensaciones se remontan a dinámicas familiares invisibles que aún están activas emocionalmente.
- Acompañar el proceso emocional: La culpa, el miedo, la vergüenza o la sensación de no valer merecen ser sostenidas desde un espacio seguro.
La terapia es un espacio donde no tienes que demostrar nada, donde puedes simplemente ser, sin máscaras ni exigencias, y eso ya es un paso enorme hacia la sanación.
Lo que he aprendido como Psicóloga
Como psicóloga, me conmueve ver cómo personas profundamente valiosas dudan tanto de sí mismas. He aprendido que el síndrome del impostor no es debilidad ni inseguridad, sino una forma de defensa muy sofisticada: es la mente protegiéndonos de antiguos dolores que aún no han sido sanados.
A lo largo del proceso terapéutico, esas mismas personas que se sentían “fraudes” comienzan a integrar su historia, a verse con más claridad y ternura. No hay una fórmula mágica, pero sí un camino posible y real para volver a confiar en ti.
¿Sientes que este síndrome afecta tu bienestar?
Si algo de lo que leíste te resonó, quiero que sepas que no estás sola ni solo. No tienes que seguir cargando con la sensación de que no eres suficiente. Puedes empezar a mirar tu historia con más compasión y darte permiso de recibir ayuda.
Agenda tu primera sesión conmigo.
Estoy aquí para acompañarte, con respeto, experiencia y un compromiso real con tu proceso. Puedes conocer más sobre mi enfoque terapéutico y el trabajo que realizo desde la página principal de Terapia y Salud.